Comentario
La paciente labor de incrustación de pequeñas piedras de diferentes materiales y coloridos -lapislázuli, cornalina, diorita, alabastro; conchas, etc.- sobre almas metálicas, de madera o de arcilla recubiertas de betún, técnica conocida como taracea, alcanzó una gran difusión durante la etapa Dinástica Arcaica. Trabajada en forma de paneles, daba origen a verdaderos mosaicos que se aplicaban sobre algunos sectores de los edificios, sobre muebles y especialmente sobre instrumentos musicales y otros objetos de la vida cotidiana.
Los ejemplares más importantes de este tipo de decoración provienen de los complejos palaciales de Kish y de Mari, del templo de Ninkhursag en El Obeid y, sobre todo, de las tumbas reales de Ur.
Del palacio de Kish poseemos los más antiguos restos de esta técnica ornamental, consistentes en unos pequeños fragmentos de caliza y esquisto embutidos en betún, y que representaban a soldados y prisioneros.
En Mari, este tipo de trabajo decorativo conoció un gran, florecimiento, con un denso repertorio de temas iconográficos, entre ellos escenas de guerra y paz, banquetes con música y danza y asuntos de la vida cotidiana de los templos. Así, el Templo de Ishtar ha proporcionado restos de un mural de madreperlas y piedras oscuras, del que nos ha llegado varias figuras de oficiales y prisioneros. El Templo de Dagan, de la misma ciudad, fue decorado con un interesante panel de concha, marfil y pizarra, en cuyos tres registros se representaba una procesión, el esquileo de ovejas y unas mujeres hilando. Del Templo de Ninkhursag proviene una única plaquita de madreperla con el tema de un sacerdote que aporta una cabra para el sacrificio cúltico. Del antiguo palacio presargónico de Mari han llegado diferentes fragmentos, trabajados en lapislázuli, madreperla y cristal de roca, con el tema -muy esquematizado- del Imdugud, y que forzaría parte de algún trabajo de incrustación, hoy perdido. Un objeto muy interesante es un amuleto-placa en forma de lmdugud (12,8 cm; Museo de Damasco), de calidad excepcional, ejecutado en lapislázuli y lámina de oro en cola y cabeza y que completaría, quizás, algún objeto de una persona distinguida, acaso una alta sacerdotisa.
El Templo de Ninkhursag de El Obeid tuvo también ornamentada con taracea parte de su fachada principal, junto a otros relieves, a base de figuras recortadas de caliza y de conchas que reproducían una escena de la vida pastoril. Por su temática ha sido denominado popularmente Friso de la lechería, y en el que se podía ver el ordeño de las vacas y la fabricación del queso, entre otros motivos.
En el cementerio real de Ur se localizó una famosísima pieza, conocida como el Estandarte de Ur (4,83 por 2,03 m; Museo Británico), muy discutida en cuanto a su finalidad práctica, y que pudo haber sido la caja de algún instrumento musical, de algún arma o el complemento de algún objeto mueble. En el panel de la cara anterior, denominado Cara de la guerra y en sus tres frisos, que deben leerse de abajo arriba, se ve una parada de carros tirados por onagros que patean a los enemigos; un pelotón de infantería que vigila a unos prisioneros, y el desfile de los infantes ante el rey, que se encuentra en la parte central del friso superior, escoltado por tres hombres armados. En el panel opuesto o Cara de la paz se figura a unos hombres cargados de sacos y fardos -los tributos-, a pastores, un pescador y un trampero que aportan diferentes animales y, en lo alto, al rey bebiendo y conversando con sus dignatarios al son de la lira.
La taracea sirvió también para ornamentar liras y arpas, según han testimoniado las tumbas reales de Ur. Con esta técnica se representaron las más variadas escenas, algunas de difícil comprensión, como el frontal de la caja de resonancia de un arpa (Universidad de Pennsylvania), en donde en cuatro registros se recoge al héroe desnudo entre dos toros antropocéfalos (¿Gilgamesh?). También aparecen otros diferentes animales tocando instrumentos o portando páteras, jarras o campanillas, así como a un hombre-escorpión, figura típica del primitivo bestiario mesopotámico. Parece ser que esta última composición pudo formar parte del conocido tema la orquesta de los animales, de carácter mucho más religioso que artístico y que sería el disfraz de algunos de los ritos cultuales de la fiestas del Año Nuevo, parangonables a las Saturnales romanas o a nuestro Carnaval.
El arpa de la reina Puabi y otras que no podemos detallar aparecen decoradas con esta técnica. En la de Puabi el tema del Imdugud, dos bueyes que comen del Arbol de la Vida, el hombre-toro que levanta a dos leopardos y un león atacando a un toro es el repertorio que se figura.
Asimismo, la taracea se halla presente en los tableros de juegos sumerios de Ur, sobre cuya alma de madera o plata se incrustaban pequeñas teselas de concha, hueso, lapislázuli, caliza roja, todas ellas fijadas con betún. Los más conocidos son tres ejemplares, formados por veinte casillas de diferente decoración, cuyo geométrico perfil se asemeja a una botella con el tapón puesto. También sus fichas, de distintas formas y en número variable, están decoradas con la técnica de la taracea.
Finalmente, debemos reseñar algunos objetos de tocador, ornamentados con dicha técnica. Se trata de cajitas rectangulares o semicirculares, varillas e incluso huevos de avestruz, que sirvieron de vasos rituales.